La formación universitaria en instituciones complejas

Mariel A. Ruiz*



Resumen

El punto de partida de este estudio1 es la institución universidad en relación con la formación en educación física en Argentina a partir de los años noventa. Ese periodo instaura un cambio de época social y político que atraviesa a las instituciones de educación superior y a las experiencias de formación de los sujetos. Frente a ello, intento componer una visión actual de las instituciones formadoras, analizando las concepciones que diversos autores tienen sobre las mismas.


Palabras clave: formación, universidad, educación física, Argentina.

 


A formação universitária em instituições complexas


Resumo

O ponto de partida deste estudo é a instituição universidade em relação à formação em educação física na Argentina a partir dos anos noventa. Esse período instaura uma mudança de época social e política que atravessa as instituições de ensino superior e as experiências de formação dos sujeitos. Diante disso, eu tento compor uma visão atual das instituições formadoras, analisando as concepções de diferentes autores sobre as mesmas.


Palavras chave: formação, universidade, educação física, Argentina.

 


University education in complex institutions


Abstract

The starting point of this study is the university vis a vis Physical Education teacher traning in Argentina since the nineties. This period establishes a time of social and political change that reached higher education and the experiences in formation of subjects. On the other hand, I try to provide a current vision of the training institutions, analyzing the conceptions that different authors have about them.


Key words: training, university, physical education, Argentina.

 

Recepción: 15/05/14. Aprobación: 08/03/16.

 


Una aproximación a las instituciones
El nuevo siglo implica cambios sociales, culturales, políticos y económicos en el contexto argentino a consecuencia de contextos más amplios e internacionales, derivados de nuevas organizaciones de los Estados nacionales. Estos cambios, a los que diversos autores han llamado “modernidad tardía” (Habermas, 1999; Schiller, 1999), “nueva modernidad” (Giddens, 1993), “posmodernidad” (Jameson, 1998), “modernidad líquida” (Bauman, 2003), “modernidades múltiples” (Berianin 2002), sugieren reconocer que algo deberá estar pasando en el interior de las instituciones formadoras, en tanto se reconoce que, como invención de la modernidad, las mismas se organizaron con base en principios generales como el orden y las jerarquías, con una fuerte influencia en la rigidez y estabilidad como camino que aseguraba el control sobre el futuro (Boltanski y Chiapello, 2002).
        De cara a sociedades más complejas como las actuales, derivadas de los efectos de la globalización, sometidas a los vaivenes del mercado financiero; a las revoluciones que introdujeron las nuevas tecnologías de información y comunicación; a los intentos por construir sociedades sustentables; a la diversidad cultural de las grandes ciudades y sus numerosos efectos, tan sólo por nombrar algunos, se espera que las instituciones de educación superior, expuestas a estos avatares de las sociedades, se vean movilizadas en sus estructuras y su organización, demandando el ajuste constante en función de las necesidades de la época, ya sean detectadas o imaginadas.
        Desde la perspectiva de Mary Douglas (1996), antropóloga británica sobresaliente en su especialidad durante el siglo XX, las instituciones no sólo están conformadas por sujetos, sino que éstas piensan según los sujetos que las representan.
        Para Douglas, así como las categorías de tiempo, espacio y causalidad tienen un origen social, también lo tienen las instituciones. Para ella, son el colectivo social y el estilo de pensamiento los que guían y educan a la percepción, siendo ésta el resultado de un esfuerzo colectivo. Del mismo modo, los “mundos científicos” representan agrupaciones sociales que definen un estilo “propio de pensamiento” (Douglas, 1996). La crítica más aguda de la autora recae en el funcionalismo, dado que su determinismo lo hace fracasar al pensar que los sujetos no desean, no piensan y no eligen. Sostiene que el tipo de explicación que se adecua al comportamiento humano sin lugar a dudas es el “intencional” (ibid.: 57). No pueden explicar los rituales o las religiones de culto, dado que lo que producen son un tipo de emociones que contribuyen a la solidaridad. También deja en claro que el arraigo de las ideas siempre es el resultado de un proceso social, del mismo modo que “el arraigo de una institución constituye un proceso intelectual a la vez que político y económico“ (Douglas, 1996: 73).
        Como sintetiza Jacques Revel, historiador francés que desde la historiografía y la historia social y cultural aporta su visión sobre las instituciones y su relación con lo social, “las instituciones determinan repertorios de valores, jalones, fijan secuencias de memoria que constituyen condiciones en que pueden ser pensadas e inteligibles en el seno de cada conjunto de cada contexto” (Revel 2005: 76). Agrega que éstas, además, producen clasificaciones, al mismo tiempo que le adscriben formas específicas de veracidad, y que tienen participación de representación en la sociedad y en consecuencia de la producción de las instituciones.
        Para Douglas, actualmente las instituciones codifican información, atribuyéndole la toma de decisiones rutinarias, la resolución de problemas igualmente rutinarios, así como la realización de actividades intelectuales en nombre de los individuos.
        Pero la realidad es que la información no representa una mercancía más o menos disponible, sino más bien cualquier cosa que pueda ser noticia, por tanto, el centro de interés se desplaza del flujo de información a la investigación de la cantidad de la información que porte un efecto en las expectativas de los individuos.
         De acuerdo con esto, la institución se constituye en “formas de complejidad informacional” (Douglas, 1996: 77) en donde las experiencias pasadas son contenidas en una institución que actúa como guía de las expectativas de futuro. Cuanto más se codifiquen las expectativas, mayor será el control de la incertidumbre.
        La idea de que “el pensamiento se convierte directamente en instituciones, o a la inversa, las instituciones avasallan al pensamiento individual y tallan la forma del cuerpo a la medida de sus convenciones” (ibid.: 136) implica reconocer que las instituciones guían nuestra memoria individual, encauzan nuestras percepciones hacia formas compatibles con las relaciones que ellas autorizan, encaminan procesos esencialmente dinámicos, crean mecanismos ocultos que influyen en los modos de obrar de los sujetos, desarrollan formas especializadas que excitan nuestras emociones sobre asuntos normalizados hasta un punto igualmente normalizador, etcétera. En definitiva, atraviesan la compleja experiencia del sujeto con un fin transformador.
        Desde la perspectiva de Eduardo Remedi (2005) especialista en procesos institucionales desde una perspectiva interdisciplinaria en donde el psicoanálisis es un referente central, las instituciones conforman “instituciones de vida”, es decir, lugares de actuación en donde los sujetos, hacen, deshacen, aman, odian, viven, etcétera, y se hallan “enraizados en un sistema cultural en donde lo simbólico e imaginario está en juego” (Remedi, 2005: 11). Las instituciones se sostienen por medio de “sistemas culturales” que suponen una estructura de valores y de normas que establecen una forma de pensar y actuar, un modo de aprehensión del mundo que orienta la conducta de los diversos sujetos institucionales. Remedi sostiene que lo cultural se edifica sobre una serie de representaciones sociales, históricamente construidas y tan admitidas e interiorizadas que permanecen indefinidas y se cristalizan en la atribución de lugares y asignación de roles, de conductas más o menos estabilizadas y de hábitos de pensamiento y de acción. Esa cultura es la que socializa a los sujetos, en tanto propone un modelo de apropiación en relación con un ideal institucional. De manera consciente o inconsciente marca los lugares de reclutamiento, así como de exclusión de los sujetos institucionales.
        Los diferentes aspectos de la cultura institucional van generando estructuras de permanencia, en tanto se ofrecen como garantes de identidad en el “sistema simbólico” e imaginario que instaura. Estos “sistemas simbólicos” representan el conjunto de mitos unificados, ritos de iniciación, pasajes y realización de actos, que aparecen en escenarios concretos institucionales. Ocupan un lugar en la memoria colectiva y construyen parte de la “novela institucional”. Como sistema, tienen la función de sedimentar las acciones de los miembros de la institución, así como de servirles de legitimación y de significación preestablecida a sus prácticas y a sus vidas.
         Los sistemas simbólicos, como resultado de la historia, sostienen la construcción de identidades de los sujetos que habitan la institución. Para Remedi, los sistemas sociales estructurales, así como las políticas, las estructuras académicas y administrativas, ponen en juego mecanismos afectivos y expresivos de los sujetos. Siempre hay una relación de apoyo compleja que puede tensionarse fuertemente cuando la institución tiene que adaptarse rápidamente a exigencias que vienen del exterior, resultando un “texto complejo “ que obliga a pensarla en los matices de lo fluido y lo espinoso de su identidad.
        Desde este punto de vista las instituciones de formación son construcciones históricas. En ellas se hacen visibles lugares que ofrecen los significantes para que los sujetos articulen planos de identificación. Pero también son lugares de existencia, es decir, lugares que ofrecen un conjunto de elementos simbólicos y/o imaginarios que permiten a los sujetos articular sus identidades y desplegar sus vidas dentro de la misma. Ellas hacen visibles las constantes tramas de poder, la conformación de los grupos y las articulaciones de los sujetos.
        Para François Dubet, sociólogo interesado en el desmantelamiento de la figura institucional en la modernidad tardía, las instituciones “designan todas las actividades regidas por anticipaciones estables y recíprocas” (Dubet, 2002: 30); es decir, las organizaciones, los hábitos, los hechos, las reglas del mercado, etcétera. También acepta que las instituciones son maneras de ser, maneras de pensar y que toda la vida social puede remitirse a un conjunto de instituciones. Esto último, en tanto y en cuanto tengan pretensiones de reconocerse en lo social y en formas de organización. Advierte Dubet igualmente que no todas las formas de organización suponen instituciones, sino que muestran un debilitamiento de estas últimas. Al asignarle un sentido político se refiere a la institucionalización, designándole el reconocimiento legal, constitucional o reglamentario de los actores, o de los grupos en situaciones de negociación.
        Pero fundamentalmente, para Dubet las instituciones se definen por su capacidad de hacer advenir un orden simbólico y de formar un tipo de sujeto ligado a este orden. Es decir, de instituirlo. Para ello se especializan en el despliegue de un tipo de socialización y de trabajo sobre el otro. Ese despliegue el autor lo denomina “programa institucional”, que determina la fuerza de dicha transformación, está regido por un conjunto de principios y valores que se tienen por sagrados “considerados estando por fuera del mundo, de la sociedad y que parecen indiscutibles dentro del marco de la institución” (Dubet, 2002: 44). Este programa, designa un “modo de socialización, o para ser más preciso, un tipo de relación con el otro” (ibid.: 22) además de forjar a través de los ritos y las tradiciones, las disciplinas u otro tipo de prácticas institucionales, una libertad subjetiva. Esto garantiza además “una economía simbólica” (ibid.: 49) que excede la idea de marco organizado y estructura profundamente la subjetividad de los individuos, y sobre todo, hace que las conductas de los diferentes actores sean previsibles.
         En diferentes épocas y sociedades ese programa institucional intenta a través de valores y principios proclives a una actividad específica y profesional, la socialización de los individuos en términos de vocación, derivando hacia la producción de un individuo socializado y un sujeto autónomo. En otras palabras, en términos de condiciones para la socialización, el programa opera como intermediario entre los valores individuales personales y los sociales, traduciendo el proceso de socialización como vocación. Se encuentra fundando éste en valores y principios que instauran la creencia de que por medio de las normas para configurar al individuo, éste se vuelve autónomo y ‘libre’. Esto revela además que el programa designa un modo particular de socialización, es decir, establece un tipo de relación con el otro. Su visión es que el programa institucional no está separado de la historia ni de la organización social de cada periodo, sino que se enraíza en él, y advierte que en el presente el programa institucional de la modernidad se encuentra en decadencia, siendo reemplazado por un programa transformado en sus valores, principios y normas. Dicha decadencia no es sólo crisis sino una larga mutación.
        Desde la perspectiva de Victoria Kandel (2005), en torno a los estudios sobre la universidad, la institución puede considerase como un “espacio público y político”. Según Kandel los espacios públicos tienen que ver con la posibilidad de actuar juntos, de compartir palabras y actos “de aparición que permite que las obras y las palabras (acción y discurso) sean mutuamente reconocidos por los actores y que la pluralidad, constitutiva de la condición humana se manifieste” (Kandel, 2005: 144).
        Por el contrario lo privado tienen que ver con aquello que impedido de atravesar la necesidad básica de subsistencia no puede pasar a convivir en el plano de la libertad. Pero además, los espacios públicos pueden ser considerados como espacios de “deliberación y autonomía política compuestos por sujetos capaces de argumentar racionalmente y en condiciones de igualdad de participación” (ibid.: 144) en visiones de la modernidad. Para Kandel, los tiempos actuales han transformado la esfera pública, así como también el sentido de la política, actividad que desde su perspectiva es central para el abordaje de lo público. Reconoce además que en América Latina, lo público y la política asumen diferencias en relación con otros contextos y que por ende merecen una apreciación y un análisis particular.
        Kandel sostiene que, desde la década de los ochenta hasta el presente, en Argentina los sujetos no sólo padecen un descreimiento en los asuntos públicos, sino además ven con desconfianza y escepticismo las políticas públicas y el rol del Estado. Consecuencias de ello son, por un lado, las prácticas como el personalismo, el clientelismo y el deterioro del vínculo entre representado y representante; por otro lado, la exaltación del universo privado y el impulso de los valores del mercado como experiencia personal. En este sentido las sociedades tienden a retrotraerse a un plano de particularidad y autor referencial que, como considera Lipovetsky (1986), conducen a un ‘individualismo narcisista’.
        Este espacio público es alterado por la incorporación de prácticas privadas que anteponen el interés particular por sobre el colectivo. Esto provoca una especie de privatización del espacio público, reforzando la desconfianza y el desinterés de una ciudadanía que termina abandonando la dimensión pública que la ligaba a una identidad común. Esta ciudadanía no se identifica como actor político relevante, y la identidad ciudadana entonces emerge en momentos esporádicos o espontáneos, como por ejemplo en una manifestación. Así, el espacio público no es más que un punto de encuentro para el tránsito sin sentido colectivo ni ejercicio de la razón crítica que permita la participación de lo que se puede denominar el bien común. En la mirada de Kandel:

la universidad como “espacio público” supone un ‘espacio autónomo’ (diferente del ámbito del Estado y del privado, pero que actúa como mediador entre ambos) en el que se produce el encuentro de pares por medio del uso público de su razón, y en donde se tiene la posibilidad de generar identidades que los comprometen tanto con el Estado y la sociedad, como con la institución misma, de tal modo de involucrarse críticamente con el entorno y trascender los límites de su propia formación profesional individual (Kandel, 2005).

        La reforma universitaria de 1918 en la Universidad Nacional de Córdoba abrió paso a otras lógicas de cogobierno y de autonomía universitaria mostrando el modo de vinculación y participación del estudiante como ciudadano y como agente de construcción en un espacio público. También enmarcó el surgimiento de los sectores medios a la vida pública. En el presente el desconocimiento y el bajo nivel de participación en la política de los sujetos representa el deterioro significativo del dominio del espacio público universitario, y manifiesta que “las nuevas formas de organizar los saberes afirmándose en el presupuesto de la existencia de una cierta finalidad de la universidad, a saber: la de responder a las demandas inmediatas del mercado” (Kandel, 2005: 164) son las que colonizan todos los ámbitos de producción del saber, así como la elaboración de políticas universitarias.
        Así, la institución asume una creciente presión hacia la profesionalización, como respuesta a la masificación y complejización de la sociedad actual. Desaparece la misma como un espacio para la actividad crítico-pública, pero además instalando en los estudiantes la esperanza de que las instituciones de formación les brinden las herramientas para insertarse en el mercado laboral exclusivamente. Al evadir la formación integral, abarcadora y crítica, como acompañamiento de la formación profesional en el marco de la universidad pública, se evade la responsabilidad y el desafío de recuperar la ‘experiencia universitaria’ como ejercicio de la acción y del pensamiento que permita la construcción del espacio público.
        La institución, según Jacques Revel (2005), puede ser definida en forma restringida o amplia. La primera de carácter restringido, técnico y también la más antigua, supone entender a la institución como una ‘realidad jurídico-política’, visión clásica de la ‘historia de las instituciones’ como disciplina. La forma amplia es aquella que comprende a la institución como “organización que funciona de manera regular en la sociedad” según reglas explícitas e implícitas y que responden a una demanda colectiva particular, por ejemplo la familia, la escuela, etcétera.
        Por último existe una visión más amplia, de una extensión casi indefinida, se refiere a toda forma de organización social que relaciona valores, normas, modelos de relaciones y de conductas. Cada una de estas visiones que refieren a la institución, representan diferencias en las maneras de concebir la construcción de las relaciones entre la institución y lo social. Para Revel, por mucho tiempo las instituciones fueron pensadas como las encargadas de un control social globalizado, mereciendo críticas variadas que siempre derivaron en posiciones radicales entre institución y sociedad.
        Ejemplo de esta operatoria puede hallarse en dos autores fundamentales, Goffman (1961) y Foucault (1975). El primero en su planteo sobre lo que él denominó “la institución total” (1961) como un “dispositivo coherente y capaz de asumir (o sea, de garantizar su dominio sobre) todos los aspectos de la vida social, en particular las dimensiones relacionales indispensables para la construcción del individuo” (Revel, 2005: 74), muestra una adaptación del individuo transformada en total sumisión, que el mismo autor anuncia como expoliación, en donde hasta las resistencias parecerían quedar integradas a sus lógicas (Revel, 2005). Para Foucault la institución es aquella que siempre opera en el cuerpo social en donde inscribe formas indefinidamente multiplicadas de coerción y segregación (Revel, 2005).
        En términos contemporáneos la sociedad representa una máquina disciplinadora a través de las instituciones que operan por medio de dispositivos de poder. La revelación del poder y la institución como elementos inseparables de los dispositivos que los ponen en juego para fines efectivos, hace visibles nuevos elementos para estudiar a lo social pero ahora con relación al poder. Acude al termino “configuración” (Elias, 1974) como “sistema de relaciones que define a la vez una situación y las condiciones de su transformación posterior” (Revel, 2005: 79), para explicar que los hombres necesitan a las instituciones tanto como las sirven. Dice: “en el seno de una configuración determinada, ellas traducen y explican formas de dependencia reciprocas que son la matriz del juego social y que de manera permanente son actualizadas por aquellos que son sus compañeros” (ibid.: 80), con esto nos advierte sobre una visión de la institución abierta y relacional.
        Por último, nos parece relevante considerar a las instituciones desde el planteo del orden económico, para autores como Boltanski y Chiapello (2002), sociólogos atentos al orden que impone el nuevo capitalismo, los años noventa trajeron aparejado un discurso general sostenido en el rechazo a las jerarquías, basado en el orden moral2 y la relación dominante-dominado asociado a argumentos que tenían que ver con que la evolución inevitable de la sociedad, determinaba que las personas no deseaban seguir siendo mandadas ni mandar.
        Los sociólogos Boltanski y Chiapello (2002: 116) sostienen que “los autores de gestión empresarial de la década de 1990, que nunca son meros críticos, imaginan una gran cantidad de nuevas formas de organización que se alejan lo máximo posible de los principios jerárquicos, prometiendo la igualdad formal y el respeto de las libertades individuales” y que con ello intentan hacer frente a los principales envites que identifican, a partir de conformar impresionantes innovaciones en la gestión que se pueden resumir en: “ ‘empresas esbeltas’3 que trabajan en red con una multitud de participantes, una organización del trabajo en equipo —o por proyectos— orientada a la satisfacción del cliente y una movilización general de los trabajadores gracias a las visiones de sus líderes” (ibid.: 118).4
        De esta concepción de la empresa como trabajo en red, se deriva que los trabajadores deberán organizarse en pequeños equipos pluridisciplinares, que resultan más competentes, más flexibles, más creativos y más autónomos, en donde el patrón es el cliente y un coordinador ocupa el lugar del jefe de otro periodo. Las instituciones (en este caso las empresariales) transforman sus formas de organización, así como sus modos de funcionamiento, ante el surgimiento de nuevos roles para la acción, los proveedores, los clientes, los consultores, los técnicos, etcétera, pero además el trabajo en ‘red’ hace que las fronteras se diseminen haciendo que se borren los límites.
        En definitiva todo esto deriva en una idea de institución ideal, en donde los equipos son el lugar de autoorganización y autocontrol. Estos nuevos dispositivos, hacen que el principio jerárquico sea derrotado y que las organizaciones adquieran esa dimensión de flexibles, innovadoras y altamente competentes.
        La visión de la empresa en red, mantiene la idea de que sólo puede especializarse en un aspecto, debiendo hacerlo en aquello que tiene una ventaja competitiva, debiendo recurrir a la subcontratación de los diversos aspectos que puedan potenciar a la misma. Como la información es la fuente de productividad y de obtención de beneficios, el valor de la competencia ya no reside solamente en la explotación de recursos geográficamente situados, ni en la explotación de la mano de obra en el trabajo, sino que proviene “de la capacidad de sacar partido de los conocimientos más diversos, de interpretarlos y de combinarlos, de crear o de hacer circular innovaciones y, de forma más general, de “manipular” símbolos, según la expresión de Reich (1993)” (Boltanski et al., 2002: 121).
         En este proceso se desarrollan estrategias de lucha competitiva para oponerse a las multinacionales, para lo cual es necesario tener presente como orientar a todas estas personas autoorganizadas y creativas, en los cuales descansa el rendimiento en una dirección definida por unos pocos, pero sin regresar a la estructura organizada jerárquicamente. Es aquí en donde los líderes y sus visiones entran en escena, garantizando la adhesión de todos los trabajadores al proyecto, sin recurrir a la fuerza, otorgándole un sentido al trabajo de cada cual. Gracias a este sentido compartido, todos se adhieren y saben cuál es su rol sin que sea necesario ordenárselo.
        Para Boltanski y Chiapello el líder es el punto clave, aquel que se muestra capaz de tener una visión, de transmitirla y de lograr que otros se adhieran a ella. Así, sostienen que:

la nueva gestión empresarial se encuentra poblada de seres excepcionales: competentes en numerosas tareas, formándose de forma permanente, adaptables, capaces de autoorganizarse y de trabajar con gente muy diferente. Sin embargo, a la postre se nos suele decir muy poco acerca de la contribución de las empresas al desarrollo de semejante clase de trabajadores: las organizaciones se van a convertir en “educadoras”, la organización de las competencias se va a tornar en un punto esencial y se crean nuevas profesiones, como la de coach, cuya función consiste en ofrecer un acompañamiento personalizado que permita a cada cual desarrollar todo su potencial (Boltanski et al., 2002: 123).

        En esta nueva visión surgen los managers. Éstos no tratan de encuadrar ni de dar órdenes, no esperan las consignas de la dirección para aplicarlas. Son los “animadores de equipo”, “catalizadores”, “visionarios”, “coaches” e “inspiradores”, etcétera.
        Vistas sus pocas posibilidades de ascenso en ausencia de la estructura piramidal, los managers se ven obligados a imponerse a través de sus “competencias y de su carisma, a circunscribir a los actores gracias a su 'red de relaciones personales’ que les procuran información y ayuda, como sostienen los autores, a movilizar toda las energías mediante la potencia de su visión y sus cualidades de ‘parteros’ del ‘talento’ de los demás y de promotores de sus potencialidades” (Boltanski et al., 2002: 125).
        Los líderes rechazan los signos de poder (como tener numerosas secretarias, ascensor o sala de restaurantes reservados, despachos suntuosos) adquiriendo la autoridad sobre sus equipos, ligada a la “confianza” que les es otorgada gracias a su capacidad de “comunicación” y de “escucha” que se manifiesta en el cara a cara con los demás.
        Para finalizar, a la figura del manager y el coach, cuya tarea consistiría en desarrollar las competencias y el potencial de las personas que integran la organización, se puede encontrar la figura del “experto”, imprescindible por ser quien detenta la información en materia de innovación y de saberes muy especializados cuyo dominio es necesario para entrar en la competición tecnológica.
        Esta lógica de organización de las instituciones desde el punto de vista de lo empresarial, asegura su éxito en la crítica a la burocratización, a la planificación, a la autoridad formal, al estatuto de cuadros y las carreras, por un lado, y por otro reintroduce criterios de personalidad y del uso de las relaciones personales. El éxito es la confianza, la que representa la otra cara del autocontrol, un dispositivo que se asienta en la palabra dada y el contrato moral.
        La confianza sancionada moralmente, el control a través de un tercero no es solamente la expresión de una relación de dominación, sino que además no es rentable. Como afirman los autores: “no se trata, sin embargo, de un intento de retorno al primer espíritu del capitalismo, ya que las empresas son más grandes que nunca, los managers son profesionales y no pequeños propietarios y la vida en el trabajo se inscribe en redes y no en un marco doméstico” (Boltanski et al., 2002: 134).

Reflexiones finales
El anterior intento de síntesis se aproxima a creer que las instituciones dedicadas a la formación en general, y en particular a la educación física, son complejas; en ellas pueden hallarse sedimentos de los diversos ciclos históricos que las afectaron, moldearon y permitieron ser y hacer. En ellas conviven pensamientos difusos como producto de las relaciones entre los sujetos en el marco de sus tradiciones, sus recuerdos, leyendas y escenarios simbólicos, que cotidianamente son reinventados por quienes los viven, sienten, hacen y/o no hacen en ellas.
        Como construcciones históricas, sociales y políticas aseguran a los sujetos experiencias de vida diversas en donde pueden articular lo personal individual con lo social, habilitando lugares de existencia que hacen posibles procesos de identificación que ponen en juego elementos simbólicos y originarios, así como la deliberación crítica y el ejercicio de la razón.
        Las instituciones despliegan los marcos cognitivos y morales que influyen en el desarrollo de los pensamientos individuales adviniendo un orden simbólico que insiste en la transformación de un sujeto ligado a este orden.
        Con este panorama considero que las instituciones dedicadas a la formación en educación física no escapan a lo antes expuesto, sino que por el contrario presentan un conjunto de elementos que desde su historia, sus rituales, creencias, conformación de grupos de poder y lógicas de funcionamiento, van buscando una lógica entre lo que fue y lo que ya no puede ser. En particular, me refiero al Profesorado Universitario en Educación Física (PUEF), Delegación ‘Gral. Manuel Belgrano’ de la Universidad Nacional de Luján (UNLU), ubicada en la Provincia de Buenos Aires, en el partido de San Fernando, reconocida por su papel inaugural en la formación docente en Educación Física en Buenos Aires a principios del siglo XX, en concordancia con las políticas de Estado de la época, hoy vinculada organizativa, académica y administrativamente a la UNLU.
        Atrapada en esta complejidad hace visible las tramas de poder, manifiestas y ocultas, lo que lleva a comprensiones contradictorias y hasta opuestas en relación con la historia conservada y la propuesta del presente en relación con la formación.
        La visión institucional organizada en base a jerarquías, con una fuerte influencia en la rigidez y en la estabilidad como camino que aseguraba el control sobre el futuro (Boltanski et al., 2002). Registros de una institución del pasado que poco se ajusta a la realidad y menos da lugar a una autoridad que se sustenta en el reconocimiento de ciertos sujetos y o elementos simbólicos, que por lugar real o imaginario, no se cuestionan.
        Más allá de la operatividad de los rituales, tradiciones, y sistemas simbólicos, propios de los orígenes de la institución, y que entre otras cuestiones, conformaron un programa institucional basado en principios y valores considerados como sagrados, incuestionables e indiscutibles, como “ajenos a los desordenes, los intereses y las pasiones de la sociedad” (Dubet, 2002: 8). En la actualidad, la institución se muestra como ese tejido intersubjetivo, conjunto de prácticas y procesos de diversos tipos y lugar inestable de identificación, en donde se articulan la historia vivida, la cultura institucional y la cultura experencial (Sausnabar, 2004).
        Esto hace necesario que vuelva la mirada sobre sí misma, aun cuando no sea posible encontrar las razones de los problemas que la atraviesan, ni que halle las soluciones a alguno de ellos.
        Quizás la indagación sobre la institución no sea tan sólo el “asalto neoliberal de la educación” (Chomsky, 2014) ni el desasosiego cultural que caracteriza Follari (2004), propio de las transformaciones de época, que transforma los problemas de naturaleza política-axiológica en problemas administrativos y de gestión desde lógicas del mercado.
        Quizás la institución sea, aún hoy, un lugar sin visitas para pensar sobre la vida de los sujetos, sus deseos, sus aspiraciones y sus intenciones, así como su lugar social, cultural y político en la producción de profesionales dedicados a lo corporal, lo motriz y lo lúdico.

 


*Marta Ruiz-Corbella
Española. Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid, España. Profesora Titular de Teoría de la Educación, Facultad de Educación, Universidad Nacional de Educación a Distancia, España. Temas de investigación: teoría de la educación, educación a distancia y formación virtual, educación superior, política educativa. mruiz@edu.uned.es Regresar

1. El presente ensayo se vincula a la investigación en proceso sobre “La institución universidad en la experiencia de formación inicial de los estudiantes del profesorado de educación física. Su vinculación con el conocimiento y la construcción de las identidades docentes”, inscrita en el Departamento de Educación de la Universidad Nacional de Luján (UNLU), Argentina (aprobada por CDD-E013/13). En particular, la investigación se realiza con el foco en una institución formadora en educación física, el Profesorado Universitario en Educación Física (PUEF), Delegación ‘Gral. Manuel Belgrano’ de la UNLU, ubicada en la provincia de Buenos Aires.Regresar

2. Un tanto difícil de entender en el contexto de esa época pues los principales redactores de ese momento eran representantes de los grandes grupos y de las multinacionales, quienes a pesar de su esfuerzo difícilmente lograban desprenderse de las jerarquías.Regresar

3. Los autores señalan: “Hemos copiado el término de empresa esbelta del de “producción esbelta” o “de máxima precisión” (lean production) que se inventó a comienzos de la década de 1990 para reunir el conjunto de nuevos métodos de producción, deducidos en parte de la observación de empresas japonesas y en particular de Toyota, en las que se puede hablar de principios organizativos como: el justo-a-tiempo, la calidad total, el proceso de mejora continua (kaizen), los equipos autónomos de producción y toda una serie de dispositivos destinados a su puesta en funcionamiento, como los círculos de calidad —que constituyeron el más antiguo de estos dispositivos popularizados en Occidente—, la garantía-calidad de los proveedores, el SMED, la TPM, el KanBan, los 5S, las propuestas de mejora, etc.” (Boltanski y Chiapello, 2002: 118).Regresar

4. "Así, la empresa esbelta, “aligerada”, “desengrasada” ha perdido la mayor parte de sus escalafones jerárquicos —manteniendo solamente entre tres y cinco—, dejando en el paro a escalafones jerárquicos enteros". Del mismo modo, se ha desprendido de un gran número de funciones y tareas, subcontratando todo cuanto no formara parte de su dedicación principal, algunas veces a través de antiguos trabajadores asalariados que han montado su propia empresa (la dispersión). Hace sus inversiones cada vez más en colaboración con otras empresas a través de “alianzas” y de “joim-v.emu.res” de forma que la imagen tipo de la empresa moderna en la actualidad es la de un centro esbelto rodeado de una nebulosa de proveedores, de subcontratados, de prestadores de servicios, de personal interino que permite variar los efectivos según la actividad de empresas amigas. Se dirá entonces que la empresa trabaja en red" (Boltanski y Chiapello, 2002: 118).Regresar

 



Referencias
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CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO
Ruiz, Mariel A. (2017), “La formación universitaria en instituciones complejas”, en Revista Iberoamericana de Educación Superior (RIES), México, UNAM-IISUE/Universia, vol. VIII, núm. 22, https://ries.universia.net/article/view/1112/formacion-universitaria-instituciones-complejas [consulta: fecha de última consulta].